jueves, 25 de noviembre de 2010

Neblina en Sankt Petersburg


Una curiosa descripción del torbellino de sensaciones y pasiones que habitaban en la capital décadas antes de la Revolución.

En el Grand Hotel Europa, el barman, negro, hablaba con acento de Kentucky, en el teatro Mikhailovsky las actrices interpretaban en francés; las majestuosas columnas de los palacios imperiales daban fe del genio de los arquitectos italianos. Los políticos pasaban tres o cuatro horas al día a la mesa, y los pálidos rayos del sol de medianoche, mientras se deslizaban en junio por las esquinas sombrías de los jardines, encontraban a estudiantes de larga cabellera discutiendo con jóvenes muchachas sobre los valores trascendentales de la filosofía alemana. Se habría podido dudar de la nacionalidad de esta ciudad donde el champagne se encargaba por magnums y nunca por botellas. Sin embargo, estaba el monumento de Pedro el Grande, emperador de bronce, contemplando desde lo alto de su caballo encabritado a las masas severas de la villa. Enfrente, separados por el rio estaban esos soberbios barrios donde se jugaba fuerte, 40.000 personas estaban inscritas como agentes de cambio, los arzobispos no eran los últimos en dejar sus coches en la entrada de la Bolsa.

Marc Ferro, Nicolás II.

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