jueves, 4 de agosto de 2011

THUTMOSE III versus AKHENATÓN. 2 El faraón clásico.

Estatua del faraón Thutmose III.
Dinastía XVIII (1552-1305 a.d.C.).
Basalto gris, 90 centímetros de altura.
Museo de Luxor, anteriormente en el Museo de El Cairo.





La obra se encontraba en el recinto de Karnak, probablemente como estatua conmemorativa o bien como ofrenda al dios Amón, su contexto, por lo tanto, es extremadamente oficial.

La obra representa el joven faraón en los primeros años de su reinado, puede que aún bajo la tutela de su madrasta y mujer, la reina Hatshepsut.

El faraón es representado avanzando lentamente y decidido, con la pierna izquierda ligeramente adelantada, siguiendo, por lo tanto la estela de la tradición en esculturas regias. La parte inferior, que no se ha conservado, podría hacer alusiones a las victorias del faraón sobre sus enemigos, sobre todo teniendo en cuenta que Thutmose III fue uno de los grandes conquistadores de la historia, bajo el cual Egipto alcanzó su máxima expansión territorial.

La anatomía del monarca es representada a través de formas suaves y proporcionadas, y de líneas moduladas y continuas. Se busca un aspecto sano y atlético pero sin estridencias, los músculos aparecen perfilados y suaves y en general la anatomía del monarca ofrece un aspecto más robusto que musculado. Asimismo el volumen global, tratado como un bloque monolítico solo se ve alterado por la elegante elasticidad del caminar del faraón.

El faldellín shenti, compacto y perfilado, apenas turba la composición volumétrica de la obra. Los únicos elementos que aportan cierta intensidad formal son la prominente barba postiza y las líneas contundentes y nítidas del tocado nemes.

La cara de monarca representa una auténtica apología de la perfección y serenidad regias. El rostro se ha esculpido de forma estrictamente proporcionada; orejas, ojos, nariz y labios tienen un sitio preciso y calculado y ningún componente turba la composición general. Asimismo, todos los elementos han sido fina y detalladamente perfilados, destacando la perfección de la boca y los ojos.

La presente obra recoge toda la larga tradición de la escultura áulica egipcia, los cánones tradicionales son repetidos de forma elegante, segura y sorprendentemente ágil.

El faraón como ser divino encarnado representa todo el orden de universo y su presencia es necesaria para asegurar la derrota del caos. Por lo tanto, toda representación suya debe ser reflejo de estos ideales y la serenidad y la seguridad deben ser elementos obligatorios en cualquier escultura.

El escultor parece liberado de cualquier turbación humana y vital siendo capaz de crear una obra llena de contenido, así pues, subraya el carácter perfecto del soberano a través de un cuerpo bello y hedonista, que no busca excesos pero que se aleja de arcaísmos y de tétricas rigideces. La fineza de todos los elementos saben crear una imagen grandilocuente pero por encima de todo apacible y franca, equilibrando, pues, grandeza con serenidad, y poder ilimitado con una actitud paternalista.

Se trata una de las obras representativas de la culminación del clasicismo egipcio previo al período Amarniense.

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