martes, 19 de agosto de 2014

Franz Ferdinand: el archiduque que nunca cayó bien (segunda parte).


Como ya dijimos en el post anterior, Franz Ferdinand nunca cayó bien, su poca sutileza le impidió conectar con la aristocracia vienesa, sus proyectos políticos le enemistaron con los húngaros y su defensa a ultranza del neo-barroco frente al Sezessionsstil hizo que los intelectuales y artistas le aborrecieran. Pero el hecho que más iba a marcar su vida no fue otro que el apasionado amor hacia una mujer.
La joven Condesa Sophie Chotek von Chotkowa (circa 1890).

Franz Ferdinand y la Condesa Sophie Chotek se conocieron probablemente en un baile en Praga, no se sabe exactamente cuando, en todo caso ante del suicidio del archiduque Rudolf en 1889. La ascensión de Franz Ferdinand al rango de thronfolger no cambió sus sentimientos hacia Sophie, a pesar de que ella, perteneciente a una familia aristocrática bohemia de rango menor nunca podría casarse con él. Poco después el Archiduque empezó a visitar frecuentemente el Schloss Halbturn, residencia de su prima lejana la archiduquesa Isabella. La Archiduquesa pensaba que Franz Ferdinand cortejaba alguna de sus hijas y en su mente ya imaginaba el prestigio que le daría ser la madre de la futura Emperatriz de Austria. Pero un día, después de un partido de tenis, el Archiduque se olvidó su reloj de bolsillo y con gran horror, la archiduquesa Isabella al abrirlo no encontró una foto de alguna de sus hijas, sino de su dama de compañía la Condesa Sophie Chotek.
Franz Ferdinand y Sophie jugando al tenis, presumiblemente en el Schloss Halbturn.

Una vez, y no sin cierto escándalo, se destapó el asunto, todo el mundo pensó que la relación entre Franz Ferdinand y Sophie terminaría tarde o temprano, al fin y al cabo era prácticamente imposible que se pudieran casar. Pero para sorpresa de todos, la relación no solo no terminó sino que el Archiduque insistió en casarse con Sophie, estaba perdidamente enamorado de ella. Durante casi seis años, Franz Ferdinand intentó presionar al Emperador para que le dejara casarse con Sophie, pero Franz Joseph I se negaba en rotundo, Sophie carecía del rango adecuado. El conflicto matrimonial añadió un punto más de discordia a la ya tensa relación entre el Emperador y su heredero. Asimismo, toda la Corte y la alta sociedad vienesa se posicionaron en contra de Franz Ferdinand, y su propio hermano Otto (que se había casado con la princesa Maria Josepha de Sajonia) llegó a decir que quizás él debería ser nombrado thronfolger.
Franz Ferdinand y Sophie (circa 1900).

Fueron (junto al zar Nikolaï II y su esposa) una de las parejas mas profundamente enamoradas de la realeza europea finisecular.

Sin embargo varios hechos acabaron influyendo en la decisión del Emperador. El padre de Franz Ferdinand, Karl Ludwig, murió en 1896, y el propio Franz Ferdinand se curó, contra todo pronóstico, de una tuberculosis pulmonar que le tenía reposando en Egipto. Sería el heredero del Imperio gustara o no. Asimismo también se recordaba la pésima relación que había tenido el difunto Rudolf con su esposa Stephanie de Bélgica.
El emperador Franz Joseph I en uniforme de Feldmarschall (Mariscal de Campo), (circa 1900).

En 1900, se dice que a consecuencia de una carta enviada por el papa Leone XIII, el emperador Franz Joseph cedió, pero con una condición, el matrimonio sería morganático. El 28 de junio, en el Hofburg, ante toda la Corte y las autoridades, el archiduque Franz Ferdinand firmó y juró un documento según el cual aceptaba casarse con Sophie Chotek con la condición que ella jamás llevaría el título de emperatriz y que ninguno de sus futuros hijos tendría derecho a sucederle al trono. Serio y casi abotargado, Franz Ferdinand juró en medio de un silencio glacial. Jamás perdonaría a la Corte esta humillación, pero solo era el principio. La boda se celebró el 1 de julio en el Schloss Reichstadt, en Bohemia, y ningún miembro de la Casa de los Habsburgo asistió, ni siquiera los hermanos de Franz Ferdinand. El único miembro de la Familia Imperial que estuvo presente fue la madrastra de Franz Ferdinand (y propietaria del castillo), Maria Theresa de Portugal, y sus dos hijas. Ese mismo día, el Emperador otorgó a Sophie el título de Duquesa de Hohenberg y el tratamiento de “alteza serenísima”.
Foto de la boda de Franz Ferdinand y Sophie en julio de 1900. Digamos que no fue precisamente multitudinaria.

Sin embargo, Sophie siempre fue, para disgusto de Franz Ferdinand, considerada una extraña en la Corte y en la Familia Imperial y el protocolo cortesano, supervisado por el Obersthofmeister (Gran Maestre de la Corte), el Príncipe de Montenuovo, se ensañó con ella. A pesar de ser la esposa del thronfolger, todas las archiduquesas, incluso las menores de edad, tenían precedencia sobre ella, cosa que resultaba especialmente humillante en las recepciones, aunque Sophie aguantaba estoicamente. Irónicamente, después de la muerte de la emperatriz Sisi, la dama de más rango en la Corte y el Imperio, era la madrastra de Franz Ferdinand, la archiduquesa Maria Theresa de Portugal, la única que había apoyado la boda.
Baile de la Corte en el Hofburg, según Wilhelm Gause.

Franz Ferdinand colmó a su esposa de regalos y caprichos para paliar los desaires protocolarios. Profundamente enamorados, nunca lamentaron haberse casado.

El protocolo resultaba también degradante en la residencia oficial de Franz Ferdinand, el Oberes Belvedere. Como Sophie no tenía el rango de princesa heredera, era considerada como una particular y cuando su esposo abandonaba el palacio el estandarte imperial era arriado, la guardia abandonaba sus garitas y los coches oficiales volvían a los garajes. Incluso en 1908, durante una recepción en honor del kronprinz Wilhelm, la Corte recomendó a Sophie que, dada la diferencia de rango, permaneciera en sus aposentos a pesar de que el evento se celebraba en su propia casa.
La pareja intentó llevar una apacible vida familiar en Belvedere. De izquierda a derecha: Franz Ferdinand, Sophie, Ernst (1904), Maximilian (1902) y Sophie (1901).

No es de extrañar pues, que la pareja prefiriera sus residencias privadas de Artstetten y Konopischt donde podía llevar una agradable vida familiar con sus tres hijos (Sophie, Maximilian y Ernst) lejos del protocolo y el esnobismo de Viena. También en ellas podían recibir cómodamente a los invitados, sin problemas de rango, como al káiser Wilhelm II, que siempre fue particularmente amable con Sophie. El propio Káiser y quienes conocían a Franz Ferdinand reconocían que ese hombre de ademanes un tanto bruscos había cambiado gracias a Sophie, su arrogancia se convertía en cortesía, su cólera en paciencia y su espíritu militar en habilidades políticas.
Schloss Konopischt en Bohemia (actualmente Konopiste, en la República Checa), un museo indispensable sobre la vida de Franz Ferdinand y su familia, además de ser un castillo finisecular preciosamente conservado.

Schloss Artstetten en Austria, rodeado de un bucólico valle, aún pertenece al Duque de Hohenberg, descendiente de los hijos de Franz Ferdinand y Sophie.

Aborrecida por la Corte y la alta sociedad vienesa, la pareja no se dejó amilanar, Franz Ferdinand siguió imaginando la política a seguir cuando gobernara y Sophie aguantando con una sonrisa las humillaciones protocolarias. Tarde o temprano llegaría su momento.
La pareja con sus hijos (circa 1906).

La pareja paseando con sus hijos barones por alguna ciudad balnearia de la costa adriática (circa 1910-1914)

Franz Ferdinand, vestido de almirante, con su hija mayor, Sophie (circa 1914).

En agosto de 1913, el Emperador nombró a Franz Ferdinand Generalinspektor der gesamten Bewaffneten Macht (Inspector General de las Fuerzas Armadas), el más alto cargo militar por debajo del Emperador. Era una oportunidad única para que Franz Ferdinand empezara a implementar sus políticas militares y un acercamiento hacia Rusia. A finales de abril de 1914, la salud del Emperador se deterioró considerablemente, Franz Ferdinand esperó el desenlace en Konopischt. Mientras, un tren esperaba para llevarlo a Viena, el manifiesto inaugural de su reinado había sido redactado e incluso se pintó un retrato oficial provisional; todo parecía indicar que, tras 25 años, el esperado y temido momento estaba a punto de llegar, su nombre de reinado sería “Franz II”, en recuerdo al monarca que había fundado el Imperio en 1804. Pero inesperadamente el Emperador se recuperó y semanas más tarde Franz Ferdinand y Sophie partieron hacia Sarajevo.

Con solo dos tiros, la Historia alcanzó a Franz Ferdinand y a su esposa (el asesinato lo trato ampliamente en este post reeditado).
El coche del Archiduque en Sarajevo, abandonando la estación rumbo al Ayuntamiento.

A partir de las 11 y media de la mañana, mientras los cadáveres de la pareja yacían en la Konak, la residencia del gobernador, todas las campanas de Sarajevo repicaron señalando la muerte del Archiduque y su esposa, pero su tañer ya anunciaba la muerte de casi 20 millones de personas.
Periódicos del 29 de junio con la noticia del asesinato en portada.

El cortejo fúnebre recorriendo las calles de Sarajevo el día 29.

Durante el día siguiente la capilla ardiente fue instalada en el Ayuntamiento de Sarajevo, congregando a los habitantes de la ciudad y sus alrededores. Al anochecer un tren llevó los féretros hasta la costa adriática donde el 30 por la mañana embarcaron en el crucero SMS Viribus Unitis, allí recibieron todos los honores militares, era la última honra de la Kriegsmarine hacia el Archiduque, que siempre se había mostrado partidario de ampliarla y fortalecerla.

Mientras tanto, cerca de Trieste, en el castillo de Miramare, permanecían los tres hijos de la pareja, a la espera de pasar las vacaciones, fue la madrastra de Franz Ferdinand quien les dio la trágica noticia: ahora eran huérfanos. Sus padres habían partido de Trieste el día 25, ahora, al atardecer del día 1 de julio lo que llegaron fueron sus féretros. Allí recibieron una vez más todos los honores posibles de las autoridades civiles y militares, con centenares de barcos congregados en el puerto, banderas a media asta y salvas de artillería. Luego fueron transportados a un tren especial recubierto de crespones negros rumbo a Viena.

Casi un día después, al anochecer del día 2, los restos mortales llegaron a la Südbahnhof de la capital. Allí terminaba la jurisdicción del Ejército y empezaba la del Príncipe de Montenuovo, el Obersthofmeister (Gran Maestre de la Corte). Allí empezaron también las humillaciones. El Príncipe se las había arreglado para que el tren fúnebre llegara a Viena bien entrada la noche, así se podrían evitar procesiones y aglomeraciones. Ningún miembro de los Habsburgo estaba presente en el andén, a excepción del archiduque Karl, el sobrino de Franz Ferdinand y, muy a su pesar, nuevo thronfolger. Fue el único miembro de alto rango que acompañó los féretros hasta el Hofburg, donde fueron instalados en la pequeña Hofburgkapelle. A la mañana siguiente se permitió a la gente común dar su último adiós a la pareja, pero solo de 8 de 12 de la mañana, cosa que frenó a muchos por el temor a grandes colas.
Las colas en los alrededores del Hofburg (arriba) y a la entrada de la capilla (abajo).

La Hofburgkapelle.

Los que pudieron entrar vieron con disgusto como el rígido protocolo se aplicaba a la pareja incluso después de muertos. El ataúd del Franz Ferdinand era más suntuoso y estaba colocado 30 centímetros más alto. Además en su parte frontal se habían colocado sus condecoraciones, su sombrero de general, el de almirante y su espada ceremonial; delante del ataúd de Sophie, sin embargo, habían solamente un par de guantes y un abanico, referencia burlona a que en su vida solo había sido una dama de compañía y nada más.
Los féretros de Franz Ferdinand (izquierda) y Sophie (derecha).

A las doce del mediodía en punto, se cerraron las puertas de la capilla al público, sin que muchas de las 50.000 personas que se habían desplazado al centro de la ciudad hubieran podido entrar. No fue hasta las cuatro de la tarde cuando empezó el funeral, al que no asistió ningún líder extranjero. Tras la noticia de la muerte del Archiduque, la mayoría de monarcas y dirigentes esperaban una gran ceremonia pública, el Káiser, especialmente entristecido, esperaba que el último adiós a Franz Ferdinand pudiera servir también como una especie de conferencia informal sobre las tensiones en los Balcanes. Pero el Príncipe de Montenuovo envió una nota a las distintas cortes europeas y gobiernos rogando que los monarcas y dirigentes no asistieran al funeral, que se trataba de una ceremonia íntima y familiar. Se llegó a decir que había riesgo de un atentado terrorista y que el rey Carol I de Rumanía fue elegantemente frenado cuando estaba apunto de cruzar la frontera. Los embajadores observaron, pues, con disgusto, la mezquindad de la disposición de los féretros, y que entre las miles de coronas de flores enviadas no había ninguna de la Familia Imperial, a excepción de la de la princesa Stephanie de Bélgica, la viuda del archiduque Rudolf. Quizás fuera ella la única que lamentaba de verdad la muerte de la pareja, pues al fin y al cabo ellos habían logrado lo que ella, con su prestigioso matrimonio de estado, jamás consiguió: la felicidad conyugal.

Con la asistencia de la Familia Imperial y de los embajadores extranjeros, el servicio fúnebre duró apenas un cuarto de hora. Ninguno de los hijos de la pareja pudo asistir, el protocolo no lo permitía pues solo eran hijos de un matrimonio morganático, no tenían ningún rango en la Familia Imperial. Una vez concluido el servicio, la capilla permaneció vacía hasta el anochecer, pues los féretros debían partir tal y como habían llegado, en la oscuridad.

Tradicionalmente, los Habsburgo eran enterrados en la Kaisergruft (Cripta Imperial) de Viena, pero, sabiendo Franz Ferdinand que Sophie no podría ser enterrada junto a él, se vengó de todas las humillaciones ordenando en su testamento que ambos fueran enterrados como iguales en la cripta de su castillo de Artstetten. Pero las humillaciones no habían terminado. Así pues, mientras oscurecía y con las calles semi-desiertas, el cortejo fúnebre abandonó el Hofburg. El embajador ruso recuerda que cuando el cortejo avanzaba por las calles de Viena, la gente lo observaba con más curiosidad que tristeza y que a los lejos se podían ver las luces del Parque de Atracciones del Prater a pleno funcionamiento. El Príncipe de Montenuovo había logrado que el día del funeral de Franz Ferdinand trascurriera prácticamente como un día normal, en el que ni siquiera los parques de atracciones cerraron en señal de luto.

Desoyendo las indicaciones de la policía, un grupo de aristócratas, liderados por el archiduque Karl y por el Conde Chotek (hermano de Sophie) insistió en acompañar los féretros hasta la Westbahnhof. Allí el vagón fúnebre fue enganchado a un tren de mercancías de transportaba leche. El tren llegó al pequeño pueblo de Pöchlarn, a unos 100 kilómetros al oeste de Viena en medio de una gran tempestad. En la modesta sala de espera de la estación se realizó otro servicio fúnebre, por los párrocos del pueblo, luego los féretros fueron cargados en un ferry en medio de una lluvia torrencial y a punto estuvieron de caer al Danubio cuando los caballos se asustaron por los relámpagos. Después de un breve recorrido por el río, y de un largo trayecto por los caminos embarrados, los restos de Franz Ferdinand y Sophie llegaron a Artstetten hacia las dos de la madrugada. Tras un último servicio fúnebre, con la presencia de sus hijos y de la madrasta y hermanastras de Franz Ferdinand, ambos fueron enterrados en dos sarcófagos idénticos de mármol blanco.
En la base de los sarcófagos se puede leer la frase en latín "Unidos por el matrimonio, reunidos por el destino".

Las ironías de la Historia han querido que cuando Franz Ferdinand y Sophie descansaron por fin, Europa empezara a agitarse y a resbalar hacia una guerra civil cuyo fin no llegaría hasta 1945. Dichas ironías, también han querido, que Artstetten viviera casi con una anodina tranquilidad el paso de ambas guerras (a pesar de confiscaciones y restituciones).

La historia de Franz Ferdinand es la de un emperador que pudo ser y no fue, es la de un archiduque al que todo el mundo pareció aborrecer ya fuera por su conservadurismo o por sus ansias a de reforma, es la de un hombre que nunca cayó bien. Su muerte no fue tan sentida como la del archiduque Rudolf (1889), la de la emperatriz Sisi (1898) o la del emperador Franz Joseph I (1916); pero seguro que más de uno, al ver pasar el cortejo fúnebre, pudo intuir, que en realidad, estaba asistiendo al funeral de la Vieja Europa.  

lunes, 11 de agosto de 2014

Franz Ferdinand: el archiduque que nunca cayó bien (primera parte).

El archiduque Franz Ferdinand nunca cayó bien. Su llegada al rango de thronfolger (heredero al trono) estuvo precedida de un desastre y a su “partida” le sucedió otro desastre aún mayor. Considerado por algunos el mártir de la Vieja Europa y por otros el emblema de un régimen y de un mundo destinados a desaparecer, Franz Ferdinand es hoy en día mayoritariamente recordado por su asesinato en Sarajevo. ¿Pero quién fue este archiduque tan célebre y a la vez tan desconocido?
Una de las últimas fotos de Franz Ferdinand, fechada hacia 1914.

El día 30 de enero de 1889, temprano por la mañana, la emperatriz Sisi fue informada, mientras asistía a sus clases de griego, de que su hijo, el archiduque Rudolf, heredero al trono, se había suicidado en el pabellón de caza de Mayerling, a unos veinte quilómetros al sur de Viena. Poco después fue la propia Emperatriz, entre sollozos, la que tuvo que informar al emperador Franz Joseph I.
El archiduque Rudolf (circa 1885-1889).

Más tarde, fue el propio Franz Ferdinand el que se enteró, por telegrama, de la muerte de su primo. Sabía bien lo que significaba: su padre el archiduque Karl Ludwig (hermano de Franz Josef I) era el nuevo heredero, aunque teniendo apenas tres años menos que el propio Emperador, difícilmente viviría más que él.
Los hermanos del Emperador, de izquierda a derecha: el archiduque Karl Ludwig, el archiduque Ludwig Viktor, Franz Joseph I y el archiduque Maximilian (circa 1860). 

Los hermanos del Emperador, de izquierda a derecha: el archiduque Ludwig Viktor, Franz Joseph I, el archiduque Karl Ludwig y el archiduque Maximilian (circa 1860). 

De Karl Ludwig se puede decir que era al típico archiduque austríaco: firme defensor de la dinastía, católico estricto, amante del ejército y patrocinador de Arte, era además conocido por su severidad y austeridad. En 1862 se casó con su segunda esposa, la princesa Maria Annunziata de Borbón-Dos Sicilias. De esta unión nacieron Franz Ferdinand en 1863, Otto en 1865, Ferdinand en 1868 y Margarete en 1870. Aquejada de tuberculosis, la princesa se mantuvo lo más alejada posible de sus hijos, por temor a contagiarlos. Fue por lo tanto una madre ausente y murió en 1871.
La princesa Maria Annunziata de Borbón-Dos Sicilias. 

Los hijos de Karl Ludwig, de izquierda a derecha: Ferdinand, Otto, Franz Ferdinand y Margarete (hacia 1870s).

El archiduque Karl Ludwig se volvió a casar dos años después, esta vez con la animada y jovial infanta Maria Teresa de Portugal. Fue ésta la verdadera madre de Franz Ferdinand, y a lo largo de su vida demostró ser uno de sus grandes apoyos.

Franz Ferdinand creció sobretodo junto con su hermano menor Otto, aunque las marcadas diferencias de carácter pronto se tornarían en una declarada rivalidad. Franz Ferdinand era serio, reservado, poco hablador y con tendencia a encolerizarse; Otto era en cambio divertido, carismático, despreocupado, aunque imprudente e irreflexivo. Su padre Karl Ludwig nunca escondió su preferencia por el hermano menor.

Educado, como todos los miembros de la familia Habsburgo, en el arte militar, pasó buena parte de su juventud viajando de un lado a otro del Imperio sirviendo en distintas unidades del ejército y, cómo no, ascendiendo rápidamente. Fue entonces cuando se empezó a evidenciar su obsesiva pasión por la caza y sobre todo por documentar cada pieza que cazaba, parece ser que a lo largo de su vida mató exactamente 274.551 animales, aunque esto le ocasionó, sin embargo, daños irreparables en su tímpano derecho.
El archiduque Franz Ferdinand vestido de cazador (circa 1880-1885).

Franz Ferdinand en una cacería (circa 1895-1900).

La súbita muerte del archiduque Rudolf en 1889, colocó a Franz Ferdinand en una posición inesperada, su relativamente despreocupada vida (más allá de la asistencia a actos sociales y su “empleo” en el ejercito), acababa de dar un vuelco completo, ahora tenía que prepararse para la más que posible probabilidad de regir un imperio de más de 51 millones de habitantes y más de diez nacionalidades distintas. Franz Ferdinand pasaría 25 años preparándose para heredar el trono y sin embargo, hoy casi ha caído en el olvido, a pesar de que durante más de dos décadas fue una importante figura política.

Descrito como serio, poco carismático, brusco y colérico a veces, poco dado a las sutilezas diplomáticas o las conversaciones ingeniosas, su persona fue pronto aborrecida por la alta sociedad vienesa, que, por lo general, hubiera preferido que su carismático y refinado hermano Otto fuera el thronfolger. Las relaciones con el emperador Franz Joseph I tampoco fueron nunca fáciles, el Emperador era el emblema del inmovilismo y Franz Ferdinand carecía de habilidades diplomáticas; las opiniones del monarca y del archiduque sobre como gobernar el Imperio estaban destinadas a colisionar. No en vano Eugen Ketterl, valet del Emperador, cuenta la famosa anécdota de que cuando el Emperador y Franz Ferdinand discutían parecía que todas las luces del Hofburg temblaban.

El Archiduque defendía como fundamental una alianza con Rusia, sin ésta el reparto de las zonas de influencia en los Balcanes sería tortuoso. Sin embargo, Franz Joseph I había dejando que la alianza con Rusia se hubiera deteriorado lentamente desde 1848 (ver el final de mi post sobre la Guerra de Crimea). Bajo impulso de Alemania, Rusia y Austria habían firmado en 1873 la Dreikaiserabkommen (Liga de los Tres Emperadores), alianza que afianzaba las relaciones entre las tres monarquías conservadoras de Europa, sin embargo el acuerdo caducó en 1887 y no volvió a ser renovado para disgusto de Franz Ferdinand. Por otro lado, el Archiduque consideraba fundamental llevar a cabo un fortalecimiento del ejército y de la marina y al mismo tiempo una política exterior moderada, que evitara conflictos con las naciones vecinas, en especial Italia y Serbia. Por lo tanto, su oposición a una “guerra preventiva” le enfrentó particularmente con Conrad von Hötzendorf, Jefe del Estado Mayor, que siempre que había una crisis proponía la misma e indistinta solución: la guerra.
Las alianzas que se fueron formando en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial, Franz Ferdinand consideraba un error el distanciamiento con Rusia.

El Conde von Hötzendorf, que en la Crisis de Julio de 1914 aconsejó, como no, la guerra.

Franz Ferdinand ha sido tachado a veces de ultraconsevador pero, aunque es cierto que carecía de las actitudes liberales del difunto Rudolf, no era un reaccionario. Fiel defensor de la dinastía y de sus deberes y privilegios, del derecho divino de los monarcas y ferviente católico, Franz Ferdinand era además partidario de mantener el sistema semi-autoritario o semi-democrático presente en el Imperio. Para él la democracia de la clase media tenía un papel limitado en la vida política y los monarcas debían mantener sus prerrogativas sobretodo en política exterior y en cuestiones militares.

Dichas posturas le acercaban especialmente al káiser Wilhelm II de Alemania, con el que además compartía sus pocas habilidades diplomáticas y cierta brusquedad; pero si Franz Ferdinand era callado y reservado, Wilhelm II en cambio hablaba por los codos y a veces rozaba lo histriónico. La relación entre ambos fue siempre cordial y próxima, no en vano se llevaban apenas cuatro años de edad (el Káiser era mayor). Sin embargo, al a veces errático y torpe programa político del Káiser le correspondía uno de muy bien estructurado por parte de Franz Ferdinand.
El Káiser y Franz Ferdinand a bordo del yate imperial alemán, el SMY Hohenzollern (circa 1906).

El Káiser (extremo izquierdo) y Franz Ferdinand (en el centro, con la mano levantada) en una cacería (invierno 1914).
© AKG Images,

Otra foto, presumiblemente del mismo día.

Pero el futuro de Franz Ferdinand no era del todo seguro. En 1896, el archiduque Karl Ludwig, cuya ferviente devoción se había convertido en fanatismo (se dice que bendecía a la gente cuando paseaba en carruaje por las calles de Viena), emprendió un viaje a Tierra Santa, allí se empeñó en beber agua milagrosa del río Jordán y murió poco después de causa de una infección estomacal. Muerto su padre, no quedaba ya ninguna duda que Franz Ferdinand sería el próximo Emperador de Austria, Rey de Hungría, Rey de Bohemia, de Dalmacia, de Croacia, de Eslavonia, de Galitzia, de Lodomeria y de Iliria….Pero su salud era frágil, padecía un tuberculosis pulmonar y había tenido que ir a pasar varios inviernos a Egipto. Mientras, en Viena, su carismático hermano Otto, cada vez asistía a más actos en representación del Emperador y además había recibido el amplio Palais Augarten como residencia. Otto gustaba a todo el mundo. Pero contra todo pronóstico, Franz Ferdinand se curó y volvió a Viena.
El archiduque Otto (circa 1895-1899).

En 1898, el Emperador finalmente designó al archiduque Franz Ferdinand von Habsburg-Este como su heredero y un año después le cedió el famoso palacio del Oberes Belvedere para que lo usara como su residencia oficial en Viena. La grandilocuencia barroca del edificio convenía precisamente a la imagen de un heredero fiel a los principios dinásticos. En el mismo año, Franz Ferdinand decidió instalar su Cancillería Militar en el Unteres Belvedere y crear una especie de “gobierno de oposición” o “gobierno en la sombra”. Debía instruirse para cuando debiera tomar las riendas del Imperio, por lo tanto, dicho “gobierno” debía analizar y proponer soluciones para todas las cuestiones que afectaban al estado, y para ello, el propio Franz Ferdinand insistía en leer cada mañana todos los periódicos que se publicaban en Viena, incluso los contrarios a la monarquía.
Fachada frontal del Oberes Belvedere. Hoy, el paso de Franz Ferdinand por dicho palacio ha caído en el más completo olvido.

De todas las cuestiones que trató la Cancillería Militar la más importante fue la reforma territorial del Imperio, el proyecto insignia de Franz Ferdinand. El heredero veía con disgusto como en Austria-Hungría se había dado un excesivo poder al Imperio Austríaco y sobre todo al Reino de Hungría. En una época de eclosión y creación de los nacionalismos, el Imperio no podía mantenerse unido simplemente con la fidelidad de los pueblos hacia el Emperador y la dinastía. Asimismo, a Franz Ferdinand también le resultaba indignante que a los húngaros, que tradicionalmente se habían opuesto a la Casa de los Habsburgo, se les diera tanto poder y en cambio que a los checos, que habían sido uno de los pilares del régimen, no se les diera ni las gracias. Las ideas del Archiduque se concretaron en el llamado proyecto Vereinigte Staaten von Groß-Österreich (Estados Unidos de la Gran Austria) creado en 1906 por Aurel Popovici. El proyecto, que recibió el entusiasta apoyo del Archiduque, proponía la creación de 16 estados semiautónomos en función de las etnias o “nacionalidades” que habitaban el Imperio. Todos los estados tendrían los mismos derechos y deberes, y todos integrarían un gran imperio regido por los Habsburgo. El proyecto resultaba especialmente atractivo para las minorías eslavas (checos, eslovacos, eslovenos, croatas…), que durante siglos se habían visto privadas de parte de sus derechos (aunque muchos preferían la dominación austríaca a la rusa). Dicho proyecto enfureció especialmente a las poderosas élites húngaras, que se veían privadas de buena parte de su poder político y territorial. El proyecto tampoco gustó excesivamente a la Corte y a las élites vienesas, tradicionalmente reacias a cualquier cambio del status quo.
El Imperio Austro-Húngaro en 1899.

La llamada Monarquía Dual estaba formada por el Imperio Austríaco o Cisleitania (amarillo) y por el Reino de Hungría o Transleitania (rosa). Bosnia (azul) había sido anexionada en 1908.

El proyecto de los "Estados Unidos de la Gran Austria". Franz Ferdinand y Popovici discrepaban, no obstante, en la organización territorial. El primero defendía un sistema más centralista, el segundo más federalista.

Las ideas reformistas de Franz Ferdinand no se extendían, no obstante, al campo del Arte. El thronfolger fue conocido por su notoria oposición al Sezessionsstil (el Art Nouveau austríaco) y por su defensa a ultranza del “Maria Theresianische stil” o “Blondel’scher stil”. Éste último era la versión historicista de las opulentas creaciones tardo-barrocas y rococó del glorioso reinado de Maria Theresia a mediados del siglo XVIII. Para Franz Ferdinand no era solo una cuestión de gusto, sino toda una declaración política sobre la legitimidad y la grandeza de la dinastía. En 1907, el Archiduque inauguró la Kirche am Steinhof de Otto Wagner, uno de los más grandes arquitectos del Sezessionsstil, el disgusto de Franz Ferdinand fue tal que Wagner no volvió a recibir ningún encargo oficial.
Interior de la Kirche am Steinhof.

El mismo año se inició el concurso para la construcción del nuevo Kriegsministerium (Ministerio de la Guerra) en la Ringstrasse. Franz Ferdinand (a quien el Emperador había delegado estos asuntos “artísticos”) ignoró los innovadores proyectos de Otto Wagner y Adolf Loos y se decantó por la propuesta neo-barroca de Ludwig Baumann; el Archiduque exigió, además, la colocación en la cornisa superior de una águila imperial de 16 metros de ancho, lo que obligó a añadir un piso para sostener la escultura. Ironías de la Historia: delante del Kriegsministerium se había construido años antes una de las obras más emblemáticas e innovadoras de Otto Wagner, la Postsparcassen-Amt (Imperial y Real Caja Postal de Ahorros). Franz Ferdinand dirigió también la construcción del faraónico proyecto del Kaiserforum, una monumental ampliación del Hofburg que debía concluir la creación de la Ringstrasse. Del mastodóntico proyecto solo se construyó la pomposa Neue Burg (1898-1913) sin que el arquitecto Ludwig Baumann o el propio Archiduque tuvieran muy claro la función que tendría.
Parte central de la fachada del Kriegsministerium con el águila imperial en la parte superior (circa 1900).

Visión global del edificio, los tejados fueron simplificados tras los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.
© Bildarchiv Foto Marburg.
  
Fachada neo-barroca de la Neue Burg del Hofburg.

A pesar de que sus preferencias artísticas le alejaban de las élites intelectuales de la cosmopolita Viena, Franz Ferdinand no era tan chauvinista y cerrado como muchos le tildaron. En 1893, como ya habían hecho otros príncipes europeos, Franz Ferdinand inició un viaje alrededor del mundo que lo llevaría a ver y conocer los lugares más insospechados. Franz Ferdinand partió el 15 de diciembre del puerto de Trieste a bordo del acorazado SMS Kaiserin Elisabeth, en el barco viajaban cerca de 400 personas entre séquito y tripulación y durante la travesía, el Archiduque llenó más de 2000 páginas de su diario personal (que pueden leerse en inglés y alemán aquí).

Primero visitó Ceylán y a mediados de enero desembarcó en Bombay. Luego fue invitado por el riquísimo Nizam de Hyderabad a cenar y se dice que la mesa se agrietó bajo el peso de los platos exóticos, aunque los invitados pudieron gozar de beber el mejor champan francés en medio de la jungla. En Hyderabad, el Archiduque pudo disfrutar de buena caza (que fue uno de los grandes atractivos del viaje) y maravillarse con el colorido y la riqueza de una India “aún no tocada por la civilización”. Sin embargo, también reconoció que la decoración “a la europea” era de un gusto dudoso, que los indios no tenían oído para la música occidental y que el himno austríaco fue “difícilmente reconocible”.
Franz Ferdinand con su primer elefante cazado en Ceylán.
© KHM mit MVK und ÖTM.


Franz Ferdinand y su séquito sentados con el "Su Alteza Exaltada" el Nizam (sentado en el centro, con barba y turbante).
© KHM mit MVK und ÖTM.

A finales de enero Franz Ferdinand, visitó Calcuta donde pudo observar las montañas de desperdicios que cubrían sus calles y se lamentó de las explotación de los colonizadores occidentales (Austria-Hungría nunca tuvo colonias, a excepción de la Concesión de Tianjin). A mediados de febrero llegó a Delhi y visitó fascinado los restos del Fuerte Rojo, insistió en visitar una prisión y lamentó la pésima comida del Hotel Metropole. También se celebró una cacería en la afueras de la ciudad en la que los porteadores llevaron más de 87 tiendas a la jungla, algunas provistas de duchas portátiles. A principio de marzo, estaba en Nepal con un séquito de 203 elefantes y listo para celebrar la cacería del tigre a los pies del Himalaya. Un mes más tarde llegó a Singapur, en medio de una terrible tempestad y de una importante epidemia de cólera. Asimismo también llegó la noticia que la visita a Johor tenía que ser cancelada, porque el sultán estaba tomando las aguas en Karlsbad y porque la estación no era adecuada para la caza. A mediados de abril, el Archiduque arribó a Batavia (actual Yakarta) donde se celebró una cacería de cocodrilos; más tarde, en Java, lamentó la explotación de los indígenas y que durante la Guerra de Java (1825-1830) más de 200.000 javaneses hubiesen muerto luchando contra los holandeses.

Franz Ferdinand llegó a Australia a mediados de junio, donde volvió a lamentar el trato que se daba a los aborígenes “que eran obligados a abandonar sus tierras ancestrales”. Más tarde, en Sídney se celebró una recepción a bordo del barco que congregó a más de 500 miembros de la alta sociedad australiana. A principio de julio, continuó su viaje por las pequeñas y vírgenes islas del Pacífico Oriental. En Numea, Nueva Caledonia, visitó la prisión que contenía cerca de los 8.000 peores criminales del Imperio Británico. En Owa Raha, el paradisíaco encanto de la isla fue roto por la presencia de “indígenas caníbales”; Franz Ferdinand se horrorizó por la presencia de huesos y restos humanos que decoraban las tiendas de los poblados y además parte del séquito fue amenazado por los “salvajes”. A mediados de julio Franz Ferdinand, que sufría de fiebres tropicales y diarrea, pretendía visitar Siam, “el único reino del Sureste Asiático que ha conseguido preservar la esencia de la autocracia oriental en su más pura expresión” y sobretodo Bangkok, “la Venecia de Asia”. Pero Siam se encontraba inmersa en un conflicto con Francia y sus costas estaban bloqueadas por navíos de guerra franceses. Franz Ferdinand tuvo que cambiar de ruta. A inicios de agosto llegó al Japón, donde la magia de los samuráis hacia tiempo que había desaparecido, en su lugar se erigía una nación en pleno desarrollo industrial. En Japón, Franz Ferdinand lamentó no poder dedicarse a la caza (a no ser que fuera la pesca) y se asombró de la estricta seguridad (dos años antes el tsarevich Nikolaï había sufrido un atentando en Otsu). De Japón se llevó un curioso recuerdo, el tatuaje de un dragón. A finales de agosto el Archiduque embarcó con un pequeño séquito en un navío comercial (donde deploró la tosquedad de los camareros) hacia Vancouver.
Franz Ferdinand y su séquito, obviamente, en Japón.

En Canadá se maravilló con los inmensos bosques ideales para la caza, aunque trágicamente amenazados por la construcción de fábricas. En Estados Unidos, Franz Ferdinand, emblema de la aristocracia europea, descubrió el país del enriquecimiento rápido y algunos “anuncios” de la cultura de masas del siglo XX: las malas maneras, la prohibición de fumar en muchos lugares y la horrorosa comida en restaurantes “rápidos”. A su llegada a Nueva York, al Archiduque le impactó el “increíble tráfico” y el tamaño de los edificios de aquella metrópolis de cerca de 3 millones de habitantes (Viena tenía un poco más de un millón), según él, las cosas parecían estar hechas para “gente sobrehumana (Übermenschen)”. Franz Ferdinand resumió el espíritu americano como “heroico y emprendedor” aunque “usualmente emparejado con una increíble vulgaridad”.

A principios de octubre, Franz Ferdinand embarcó en Nueva York rumbo a casa, llegó a Viena el día 18. Los cerca de 14.000 objetos que trajo de su aventura transoceánica pueden verse hoy en día en el Museum für Völkerkunde de Viena.