domingo, 26 de enero de 2014

El penúltimo asesinato de la Vieja Europa: la monarquía portuguesa.

Bandera del Reino de Portugal (izquierda) y Estandarte del Rey de Portugal (derecha).

Aunque el Reino de Portugal era milenario, se había fundado en 1139, la familia Braganza llevaba reinado desde que el país luso se había independizado de la Monarquía Hispánica en 1640. No había sido un camino siempre fácil, pues a pesar de las innumerables riquezas que venían de las Américas, la nueva dinastía había tenido que hacer frente al no reconocimiento por parte de la Iglesia Católica, al terrible Terremoto de Lisboa de 1755, a la Invasión Napoleónica y a la rocambolesca huída de la Familia Real a las colonias en 1807, a la independencia de Brasil en 1822 y a la Guerra Civil Portuguesa que de 1831 a 1834 enfrentó a los partidarios de Miguel I (absolutistas) con los de Maria II (liberales).

Como en su vecina España, a partir de mediados de siglo, Portugal se enfrentaba a un complicado proceso de industrialización en una sociedad aún profundamente tradicional, los conflictos sociales no tardaron en aparecer. Paralelamente, la implantación del liberalismo tampoco estuvo exenta de conflictos y fracasos, pero hacia la década de los setenta los dos principales partidos liberales, el Partido Regenerador (de centro-derecha y con sus raíces en el cartismo) y el Partido Progressista (de centro-izquierda y con sus orígenes en el setembrismo) pactaron una alternancia en el poder conocida como el Rotativismo (muy parecida el Turnismo en España). Asimismo, en 1883, se fundaba, como alternativa a los dos partidos dinásticos, el Partido Republicano Português, de clara influencia jacobina francesa y con raíces en la masonería y en la Carbonária.

Tras la relativa estabilidad del reinado de Luís I (1861-1889), el de su hijo Carlos parecía destinado a ser turbulento. Carlos I subió al trono en 1889, ironías de la Historia, el mismo año que un golpe de estado militar proclamaba la república en el Imperio de Brasil (1822-1889). El problema endémico al que el joven monarca tuvo que hacer frente fue la progresiva desintegración del Rotativismo, minado por la corrupción, por las constantes luchas políticas y por el hecho que era escasamente representativo (el sufragio era censatario).
La Familia Real Portuguesa pintada en 1876 por Layraud. El rey Luís I y la reina Maria Pia junto a sus hijos el príncipe Carlos (derecha) y el infante Alfonso (izquierda).
El Palácio da Ajuda, residencia de la Familia Real durante el reinado de Luís I (1861-1889). Actualmente un museo indispensable.

Sala dos Grandes Jantares en Ajuda. © Concierge.2C.

El rey Carlos I pintado hacia 1900 por Columbano Bordalo Pinheiro.

Pero el reinado de Carlos I ya comenzó mal, con el llamado asunto del Mapa Cor-de-Rosa. En este finales de siglo XIX, las potencias europeas se batían por conseguir grandes porciones de África y el proyecto presentado por Portugal a la Conferencia de Berlín de 1884 preveía la unión de sus dos colonias (Angola y Mozambique) a través de la adquisición de nuevos territorios (actuales Zimbabue y Zambia) que habían sido coloreados en rosa en la versión oficial del proyecto, de ahí el nombre. Pero dichas pretensiones chocaban frontalmente con las británicas, que pretendían establecer una sucesión ininterrumpida de colonias desde Egipto hasta Suráfrica y todas ellas unidas por una vía férrea. A pesar de las garantías de Francia y de Alemania, la crisis se fue alargando hasta que en 1890 el Ultimátum Británico amenazó con acciones más severas, y Portugal, prácticamente aislado internacionalmente, tuvo que ceder. Todo el asunto fue visto como una inmensa humillación nacional al antaño “Portugal de los Navegantes”. Poco a poco el Partido Republicano fue acumulando no solo las tendencias disidentes sino también las nacionalistas. Las cosas estallaron el 31 de enero de 1891 con la “Revuelta Republicana en Porto”, que aunque fracasada, fue un precedente.
El célebre Mapa Cor-de-Rosa.

Por otro lado,  las progresivas crisis financieras demostraban que Portugal era incapaz de mantener un gran imperio colonial. Desde mediados de siglo se había lanzado a una campaña desenfrenada de obras públicas y de modernización de infraestructuras (conocida como la Regeneração); en 1892, y por sexta vez en lo que se llevaba de siglo, Portugal se declaraba en bancarrota a pesar de poseer la renta-per-cápita más alta de Europa después de Francia.

No es de extrañar pues, que la popularidad de la monarquía se resintiera lentamente a causa de estos reveses, pues Carlos I representaba, en cierto modo, a un régimen que se perpetuaba sin aportar soluciones. El monarca carecía de gustos extravagantes y pomposos, le gustaba, en cambio, la caza, la buena comida y las mujeres; sus infidelidades eran de sobra conocidas y también sus visitas al más famoso burdel de Paris, Le Chabanais, donde solía encontrar a su compañero de juergas: Edward, hijo de la reina Victoria y Príncipe de Gales (futuro Edward VII). Es cierto también, que las infidelidades de las cabezas coronadas en la Europa finisecular tampoco preocupaban excesivamente a la gente. Pero Carlos I era un hombre afable y de trato fácil, que por lo general se conformaba con los pequeños placeres de la vida, amaba también el dibujo y la pintura, pero por encima de todo su gran pasión era el mar. El Rey había heredado de su padre la pasión por todo lo marino, desde la navegación hasta las ciencias naturales, el monarca fue responsable de varias publicaciones e hizo largos viajes de exploración a bordo del yate real Amélia.
El príncipe Carlos, Duque de Braganza (circa 1883).

Sua Majestade Fidelíssima Carlos I, hacia 1889, año de su subida al trono.

Carlos I en el yate Amélia (circa 1905), se nota que al hombre le gustaba comer.

Una de las pinturas de temática marinera pintadas por el Rey.

En 1886, siendo aún príncipe heredero (o Duque de Braganza), Carlos se casó con Amélie d’Orléans, hija del Conde de Paris (pretendiente al trono francés por ser nieto de Louis-Philippe I de Francia). La joven Amélie o Amélia, en portugués, era una mujer sencilla, pero dotada de un fuerte estoicismo, educada por su severa madre, jamás olvidó su deber real, pero carecía de la extravagancia y del magnetismo de su predecesora, la reina Maria Pia; era amable y educada, pero tímida e incapaz de ser espontánea, defectos que con frecuencia se confundieron con altivez. Compartía con su marido la afición por la caza y por la pintura, concretamente las acuarelas, además también gustaba de las travesías marítimas. Pero la gran preocupación de la Reina eran las actividades benéficas, que le interesaban profundamente y las que dedicaba, casi siempre de forma privada, una gran atención. Visitaba con frecuencia y apoyaba financieramente a sanatorios, orfanatos y albergues. Entre sus obras cabe destacar el Real Instituto de Socorros a Náufragos (1892) o el Instituto da Rainha D. Amélia (1899) para los tuberculosos.
Jovencísima Amélia antes de su boda (circa 1880-1885).

Foto de la boda, Amélia medía 1.82.

La reina Amélia al poco de subir al trono.

La reina Amélia hacia 1900-1905.

Con tal de paliar no solo el aislamiento diplomático de Portugal sino también la baja popularidad de la monarquía, el rey Carlos I invitó a numerosos jefes de estado extranjeros a visitar el país: Edward VII en 1903, Alfonso XIII también en 1903, el presidente francés Émile Loubet en 1904 o el káiser Wilhelm II en 1905. En octubre de 1905, el presidente Loubet visitó nuevamente Lisboa y ante el paso de la comitiva con la Familia Real y el séquito presidencial se pudieron oír unos ensordecedores gritos de ¡Viva a República!, no necesariamente dirigidos a Francia. La reina Amélia escribió más tarde en su diario: “La carrera hacia el abismo ha empezado”.
Viaje a Egipto: la reina Amélia visitando las pirámides (marzo de 1903).
  
Los hijos de la pareja real, el príncipe Luís Filipe y el infante Manuel junto al khedive de Egipto (marzo 1903).

El rey Carlos I bañándose en Cascais (circa 1905-1908).

A principios de siglo, el Rotativismo hacia aguas, no solo el Partido Republicano había entrado en el parlamento sino que en 1901, se había formado una escisión del Partido Reformista llamada Partido Reformista Liberal y liderada por el carismático João Franco. En las elecciones de 1906 y por primera vez en décadas, el Partido Reformista Liberal conseguía más votos que los partidos tradicionales, el rey Carlos I pidió a João Franco que formara gobierno.
El Palácio das Necessidades, residencia habitual de la Familia Real en Lisboa.

El Palácio das Necessidades es en la actualidad la sede del Ministério dos Negócios Estrangeiros y lamentablemente no se puede visitar. Originariamente estaba pintado de color amarillo (color de la monarquía), más tarde se pintó de rosa (color de la república).
Dormitorio del Rey en el Palácio das Necessidades.

Gabinete de la Reina en el Palácio das Necessidades.

El programa de João Franco era muy ambicioso, se trataba de una completa reforma de la vida política, de la administración, de la contabilidad pública y de las finanzas de la Casa Real, además proponía mano dura con los anarquistas (recordemos que también en 1906 sucedió el atentado anarquista durante la boda de Alfonso XIII). “Hay que hacer la revolución desde arriba, antes que la hagan desde abajo” decía el nuevo jefe de gobierno y su programa contó con la aprobación de varios intelectuales, entre ellos los escritores Ramalho Ortigão o Filhao de Almeida. Pero João Franco no solo tenía a los republicanos en su contra sino también a los partidos tradicionales que veían como el poder se les escapaba de las manos. Al mismo tiempo la tensión social aumentaba y en la primavera de 1907 la “Huelga Estudiantil de Coímbra” demostró hasta qué punto los ánimos estaban caldeados. Perdiendo apoyos por momentos, el gobierno centrista de João Franco decidió pasar de gobernar “a la inglesa” a gobernar “a la turca”; consiguió que el Rey autorizara la disolución del Parlamento y que le diera poderes especiales. El gobierno de João Franco se convirtió en una “dictadura administrativa”. Solo el Rey parecía sostener al gobierno, no le gustaban especialmente los métodos de João Franco, pero vista la situación ¿por quién podía substituirlo? ¿Quién podía reformar el país? En cualquier caso las elecciones ya habían sido programadas, la “dictadura” terminaría pronto.
João Franco, Presidente do Conselho de Ministros.

A finales de enero de 1908, la Familia Real residía en su residencia favorita, el Paço Ducal de Vila Viçosa, cuando llegaron las noticias de un intento de golpe de estado republicano en Lisboa conocido como la Intentona do Elevador. João Franco preparó un polémico decreto para poder exiliar sin juicio previo a todos aquellos a los que un tribunal acusara de alterar el orden público, el decreto buscaba obviamente fracturar las filas republicanas. Se dice que mientras el Rey lo firmaba en Vila Viçosa, exclamó “Esta es mi sentencia de muerte”.

La Familia Real decidió adelantar la vuelta a la capital, el día 1 de febrero al mediodía, cogieron el tren y luego cruzaron la Bahía del Tajo en un vapor que los dejó en la céntrica y célebre plaza lisboeta del Terreiro do Paço. Allí fueron recibidos por el jefe del gobierno y por varias autoridades. Inicialmente se había decidido que la Familia Real ocuparía varios carruajes, pero finalmente montaron todos en un landau abierto, para mostrar normalidad. El Rey, con su uniforme, montó en el lado izquierdo en dirección a la marcha, la Reina a su derecha; enfrente de la pareja real sus dos hijos, el príncipe heredero Luis Filipe a su izquierda y el infante Manuel a su derecha. Hacia tiempo que se rumoreaba que algo se estaba preparando.

El carruaje avanzaba por el lado izquierdo de la plaza, cerca de los soportales. Una vez el landau había pasado, un hombre salió de entre la multitud y se situó en medio de la calle, de su largo abrigo sacó una carabina y disparó al carruaje, el tiro dio en la nuca del Rey, que murió en el acto. El nombre del tirador era Manuel Buíça, instructor de tiro expulsado del Ejército y miembro del Partido Republicano.
Disposición de la Familia Real en el landau.

El caos se desató en la plaza, la gente empezó a correr, y se produjo un intercambio de disparos entre la guardia real y varios otros tiradores camuflados entre la multitud. Buíça tuvo tiempo de realizar otro disparo, que impactó en el hombro del Rey, cuyo cuerpo se ladeó hacia la izquierda. De pronto, en medio del caos, salió otro hombre de los soportales, subió al estribo izquierdo del landau y volvió a disparar al Rey, esta vez en el torso. Era Alfredo Luís da Costa, escritor y editor también vinculado al republicanismo radical. Da Costa se giró luego hacia los dos príncipes, pero entonces la Reina se levantó y empezó a golpear al atacante con lo único que tenía en la mano, un ramo de flores, mientras gritaba “¡¡Infames!! ¡¡Infames!!” Costa, no obstante, consiguió disparar al príncipe Luís Filipe en el pecho, pero la herida fue superficial. El príncipe sacó entonces un revólver y disparó cuatro tiros a Costa que cayó del carruaje, luego Luís Filipe se levantó, pero Buíça realizó un último y fatal disparo que entró por la mejilla izquierda del príncipe y le salió por la nuca. Mientras tanto el cochero, a pesar de estar herido en la mano, logró hacer que los caballos arrancaran y dirigió el carruaje hacia la izquierda, hacia el Arsenal de Marinha. Era las cinco y veinte de la tarde, en menos de un minuto y medio, la historia de Portugal había cambiado para siempre.
Una de las representaciones más celebres del Regicidio, aunque con pequeñas licencias, apareció en la revista francesa Le Petit Parisien. La imagen de la madre protegiendo a sus hijos con un simple ramo de flores dio la vuelta al mundo.

Representación que transmite el caos y la confusión de los escasos minutos en que duró el atentado.

Ninguno de los asesinos sobrevivió, fueron abatidos por la policía. Jamás se supo quien organizó el Regicidio y el juicio que debía empezar a finales de 1910 jamás se realizó.

Los cadáveres fueron bajados del landau, la Reina contempló entonces a su hijo, el infante Manuel, salpicado con la sangre de su padre y de su hermano, él era lo único que le quedaba. Más tarde llegó al Arsenal la reina-madre Maria Pia, se dice que al entrar en la habitación donde hacían los cadáveres exclamó “¡Han matado a mi hijo!” y su nuera le respondió “Y al mío también”; “¿El tuyo?” inquirió Maria Pia, solo entonces se dio cuenta que en la estancia había dos cuerpos.

El asesinato conmocionó a toda Europa, donde desde hacía décadas los radicales habían atentado contra la vida de varias testas coronadas, el zar Aleksandr II había fallecido en 1881, la emperatriz Elisabeth en 1898, el rey Humberto I en 1900; también los regímenes republicanos habían sufrido el terrorismo radical: el presidente francés Sadi Carnot había sido asesinado en 1894 y el americano William Mckinley en 1901. Todo ello sin contar los atentados fallidos (como el de la boda de Alfonso XIII en 1905) o dirigidos contra otros emblemas de la clase dominante (como el del Liceu en 1893).

El joven infante Manuel fue proclamado Rey de Portugal con el nombre de Manuel II, apenas tenía 19 años. De rostro pálido y tímido, el joven Manuel había recibido una educación general, un poco de todo, pero jamás nada en relación con el papel que ahora le tocaba desempeñar, sin ser brillante, era correcto en sus estudios, amaba la música y la lectura, y tenía buenas intenciones, pero su conocimiento de la delicada situación política era inocente, casi pueril. Su primera decisión fue pedir la dimisión de João Franco, al que se acusaba de haber fracasado no habiendo protegido a la Familia Real y de haber polarizado la sociedad. João Franco reconoció que temía un atentado, pero dirigido hacia su persona, jamás creyó que atentarían contra el rey Carlos.
Manuel II, Rey de Portugal, en el día en que juró su cargo ante el Parlamento.

Manuel II inició entonces una política llamada de acalmaçao (literalmente “de tranquilidad”) se formó un gobierno “de concentración nacional” con todos los partidos dinásticos presentes en el Parlamento y fue decretada una amplia amnistía. El joven monarca no quería repetir los errores de su padre, no deseaba vincularse con los partidos, sino ceñirse estrictamente a su papel de monarca constitucional. Paralelamente, inició una larga serie de visitas al norte del país y de viajes al extranjero. Allí donde Manuel II iba era ovacionado, y la propaganda monárquica exprimió al máximo la trágica muerte de su padre y su hermano y las buenas intenciones del joven monarca. Pero esto no bastaba para gobernar el país. Manuel II no supo o no pudo encontrar al hombre capaz de enderezar el maltrecho y seriamente fragmentado Reino de Portugal, y era obvio que los partidos rotativistas no harían nada. La oposición al régimen no solo crecía entre la izquierda republicana, sino también entre la derecha, que acusaba al Rey de no llevar a cabo una política más firme y de estar dejando que el país se consumiera. Al mismo tiempo los sentimientos republicanos también crecían en el ejército, pero sobretodo en la Marinha Real Portuguesa. Manuel II se estaba quedando solo.
La reina Amélia y su hijo Manuel II en el Palácio das Necessidades.

La reina Amélia aconsejó a su hijo que actuara con moderación y conciliación, lamentablemente sus consejos no siempre tuvieron el resultado esperado.

En junio de 1910, la fallida del banco Crédito Predial Português, administrado por el gobierno de turno, contribuyó no solo a aumentar la desconfianza sino a generalizar el pánico entre la pequeña y gran burguesía lisboeta que veía como la clase dirigente dilapidaba la economía nacional. Todo el mundo parecía ser consciente ya, quizás incluso el propio Rey, que tarde o temprano, ya fuera por medios legales o revolucionarios, el Partido Republicano tomaría el poder.

En octubre todo terminó. El día 1 llegó a Lisboa en visita oficial el presidente brasileño Hermes da Fonseca a bordo del acorazado São Paulo, y el ministro de Asuntos Exteriores tuvo que hacer malabares para adelantar el desembarco del Presidente y así evitar la aglomeración de simpatizantes republicanos. No obstante, el día siguiente éstos se congregaron en masa ante el Palacio de Bélem, residencia oficial de los jefes de estado extranjeros que visitaban Lisboa. El día 3, un martes, por la mañana, Lisboa se levantó con la noticia del asesinato del doctor Miguel Bombarda, conocido republicano, se decidió entonces adelantar el golpe.

Ese mismo martes, el Rey asistió a un banquete en honor del presidente brasileño, que viendo lo deteriorada que estaba la situación y el fervor de las manifestaciones republicanas llegó a ofrecerle asilo al monarca, Manuel II lo declinó amablemente. Después de la cena partió hacia el Palácio das Necessidades y se puso a jugar al bridge con algunos cortesanos y miembros de su séquito.

Mientras tanto, el republicano Machado Santos rebelaba al regimiento 16 de infantería, luego al 1 de artillería, su intención era marchar sobre el palacio, pero al encontrarse repelidos por la Guardia Municipal tuvo que atrincherarse en la Rotunda (actual Praça Marquês de Pombal). La misma intención tenía en el cuartel de marineros de Alcântara, a escasos 100 metros del Palácio das Necessidades, pero también tuvo que retroceder ante la concentración de tropas pro-monárquicas frente al palacio. Paralelamente, las tropas gubernamentales, previendo disturbios, se habían concentrado en el Rossio, al otro lado de la Avenida da Libertade, justo enfrente de la Rotunda.
Mapa de Lisboa en octubre de 1910 que permite apreciar la localización de la Rotunda, del Rossio, del Palácio das Necessidades o de los cuarteles sublevados.

Hacia las 5 de la mañana, mientras amanecía, la situación parecía estancada, con las tropas revolucionarias esencialmente atrincheradas. Pero desde las ventanas del palacio, Manuel II pudo ver como los cruceros Adamastor y San Raphael enarbolan la bandera republicana. Pasadas las 8, el Rey consiguió hablar con su madre, la reina Amélia, que se encontraba en el castillo de Pena en Sintra, Manuel II deseaba salir a la calle, parlamentar, pero su madre le rogó que no saliera, que no se expusiera, era lo único que le quedaba y sabía si se ponía a tiro los revolucionarios acabarían con él. Manuel II aceptó y permaneció en palacio. Un poco más tarde, recibió la llamada del jefe su gobierno, António Teixeira de Sousa, éste le aconsejaba abandonar el palacio ya que podía ser bombardeado en cualquier momento, el Rey se negó. Pero alrededor de las once, los cruceros Adamastor San Raphael abrieron fuego contra el Palácio das Necessidades.
Los daños en el Palácio das Necessidades tras el bombardeo.

Inspección de los daños.

El bombardeo causó un pánico terrible entre los habitantes del palacio y los regimientos que lo protegían. La mayoría de los sirvientes y cortesanos abandonaron el lugar, el Rey se refugió en la capilla y se puso a rezar, inmediatamente un puñado de cortesanos fieles le aconsejaron que se refugiara en uno de los pabellones del jardín. Manuel II llamó entonces a Teixeira de Sousa, y éste le volvió a pedir que abandonara el palacio, así las tropas pro-monárquicas se podrían reconcentrar en el Rossio para atacar a los republicanos de la Rotunda, el Rey se volvió a negar, arguyendo que esto permitiría que los marineros tomar el palacio, pero finalmente aceptó. Antes de partir, llamó a su madre Amélia y a su abuela Maria Pia, que estaban ambas en Sintra, y les pidió que se dirigieran a Mafra, desde donde se podría organizar mejor la defensa de la Familia Real. Más o menos a las dos de la tarde un convoy de dos vehículos escoltados por la caballería de la Guardia Municipal abandonaba Lisboa, en ellos viajan, el Rey, dos cortesanos fieles (el Conde de Sabugosa y el Marqués de Fayal), y dos criados; es todo lo que quedaba de la Corte de los Reyes de Portugal.
Los marineros sublevados ocupan el Palácio das Necessidades.

El convoy llegó a Mafra, a 40km al norte de Lisboa, sobre las 4, una hora más tarde llegaron las dos reinas provenientes de Sintra. Las ironías de la Historia hicieron que la Familia Real pasara su última noche en el descomunal Convento de Mafra, monumento por excelencia al poder y a la riqueza de la monarquía absoluta portuguesa construido en el siglo XVIII con los fabulosos cargamentos de plata que llegaban del Brasil. Pero ahora, el monasterio-palacio permanecía casi vacío, sin criados ni cortesanos y sus cavernosas salas a oscuras. El Rey, su madre y su abuela, cenaron solos, en silencio, esperando noticias de Lisboa, esperando una llamada telefónica que nunca llegó. Manuel II durmió por última vez en Portugal, mientras su médico, el Conde de Mafra, montaba guardia en la puerta del dormitorio real.
El Convento de Mafra, el Escorial portugués.

Basílica del palacio-convento de Mafra.

El Quarto da Rainha en Mafra, donde Manuel II pasó su última noche.

Mientras tanto, en Lisboa, la moral de las tropas gubernamentales decayó lentamente, corría el rumor que el Rey ha partido, incluso se decía que se había refugiado a bordo del acorazado São Paulo junto al séquito del presidente Hermes da Fonseca. Asimismo, las tropas leales concentradas en el Rossio debían soportar ahora el doble fuego proveniente de los sublevados de la Rotunda y de los acorazados Adamastor, San Raphael y ahora también del Don Carlos fondeados en el Tajo. Los combates se alargaron todo el día y toda la noche, hasta que finalmente a las 8 y media de la mañana se declaró un armisticio, poco después las tropas leales se rindieron, mientras tanto, los ministros del gobierno se habían ido escondiendo en distintas casas particulares. Pasadas las 9, desde el balcón de la Câmara Municipal se proclamó la República, es el 5 de octubre de 1910.

Esa misma mañana, en Mafra, Manuel II esperaba una llamada del presidente del gobierno, dicha llamada nunca llegó. Fue el alcalde de la ciudad el que le informó de lo sucedido en Lisboa y de que no podía garantizar su seguridad. La Familia Real eran ahora unos proscritos en su propio país. Se planteó entonces ir a Porto para organizar la contra-revolución, pero era imposible ir por tierra. Hacia el mediodía llegó la noticia que el infante Alfonso (tío del Rey y hermano de Carlos I) estaba en Ericeira con el yate real Amélia. No quedaba otra alternativa, pues, que ir a Ericeira.

Antes de las 4, tres coches llegaron a la escarpada playa con la Familia Real y los restos de la Corte. Como el yate no podía atracar, se decidieron alquilar, a precio de oro, barcas de pescadores para transportar a los fugitivos. El muelle y la playa estaban repletos de curiosos. La Familia Real y diez personas más se repartieron entre dos barcas. En la primera subieron la reina Maria Pia, nerviosa al borde del colapso y la reina Amélia, más serena y que exclamaba al ver las humildes barcas de pesca “No esperaba esto de los portugueses, ¡es una infamia!” mientras se agarraba a la única pertenencia que ha podido coger, un gran bolso con ropa blanca. Manuel II, extremadamente pálido, subió en la segunda barca, llevaba consigo una pequeña caja repleta de dibujos de su padre, de su hermano y suyos.
El embarque de la Familia Real en Ericeira.

La intención de ir a Porto quedó abortada cuando se recibió la noticia que allí también a triunfado la revolución, se dirigieron, pues, a Gibraltar. Allí dejaron el yate Amélia, propiedad del estado, y embarcan en el yate personal del rey George V rumbo a Inglaterra.

Manuel II nunca volvió a Portugal y murió a la temprana edad de 42 años, solo la reina Amélia pudo volver a visitar, en junio de 1945, el país sobre el que había reinado.
Buscando resaltar sus derechos dinásticos, Manuel II se casó en 1913 con la princesa Auguste Viktoria von Hohenzollern-Sigmaringen, emparentada con la Familia Imperial Alemana; alianza no muy acertada en vista de los resultados de la Primera Guerra Mundial.

En Portugal, la nueva Primeira República Portuguesa estuvo lejos de ser una panacea, en sus 16 años de existencia hubo 7 legislaturas, 8 presidentes de la República, 39 presidentes del gobierno, 1 presidente del gobierno provisional, 2 presidentes que no llegaron a tomar su cargo, 2 presidentes interinos, una junta constitucional, una junta revolucionaria y una junta ejecutiva. Su fin llegó en mayo de 1926, con la instauración de la Dictadura militar que en 1933 se convirtió en el Estado Novo liderado por Oliveira Salazar. 

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