domingo, 12 de abril de 2015

La boda del siglo: Marie-Antoinette se casa con el dauphin Louis-Auguste de Francia (primera parte).

Vale, puede que no fuera la boda del siglo (aunque no se me ocurre cual puede serlo), pero en todo caso fue la última gran boda celebrada en la Francia pre-revolucionaria. Su importancia fue doble, en primer lugar por la suntuosidad del evento, una pompa que no se veía desde la boda del anterior Dauphin o Delfín (titulo del heredero al trono francés) hacía más de 25 años antes, y por otro lado por las importantes consecuencias políticas que tuvo.

Fueron la Marquesa de Pompadour y el Duque de Choiseul, ministro de Asuntos Exteriores, los que convencieron a Louis XV (1715-1774) para iniciar un acercamiento al enemigo tradicional de Francia, la Monarquía Habsbúrgica (o Austria, aunque aún no existía como estado). Este “renversement” de las alianzas, que no sentó muy bien ni a Prusia ni a Reino Unido, debía sellarse, entre otras cosas, con un conjunto de bodas que estrecharían los lazos entre la Casa de Habsburgo y la Casa de Borbón.
Madame de Pompadour retratada por Drouais en 1763.
La Alianza Austro-francesa de 1756 puede considerarse la obra política de su vida, sus resultados fueron, sin embargo, mediocres.

Enumerémoslas brevemente.

La primera boda fue entre el archiduque Joseph, heredero de la Casa de Habsburgo (y futuro emperador Joseph II), y la princesa parmesana Isabella de Borbón, en 1760. La segunda, en 1765, entre el archiduque Leopold, Gran Duque de la Toscana, con la infanta María Luisa de España. La tercera (1768) entre la archiduquesa Maria Carolina con Ferdinando IV de Borbón, Rey de Nápoles. La cuarta entre la archiduquesa Maria Amalia con Ferdinando I de Borbón, Duque de Parma en 1769.

Y la última y quizás la más importante, fue la boda que nos ocupa. Diez años después de la primera boda se casaron la archiduquesa Maria Antonia de Habsburgo y el heredero al trono francés el dauphin Louis-Auguste de Borbón.
La emperatriz Maria Theresia (1767) de Jean-Étienne Liotard.

La archiduquesa Maria Antonia Josépha Johanna, de apenas catorce años, era el decimoquinto hijo de Maria Theresia de Austria (Emperatriz del Sacro Imperio, Reina de Bohemia, Reina de Hungría, Archiduquesa de Austria….) y la quinta hija en contraer matrimonio. Sus tutores la describieron como una niña jovial, traviesa, bienintencionada y generosa, pero con tendencia a distraerse en los estudios y poco amante de la lectura y del esfuerzo.
La archiduquesa Maria Antonia pintada en 1768 por Franz Xaver Wagenschön (izquierda). Meses más tarde se encargó a Joseph Ducreux otro retrato más "a la francesa" para enviar a la corte de Versailles (derecha). Los lazos sustituyeron a las puntas, la seda al terciopelo y los colores pastel a los saturados. Ducreux agrandó además los ojos de la archiduquesa, redujo su frente y la peinó "á la Pompadour".

Dejando de lado todas las largas negociaciones diplomáticas que hubo de por medio (en un primer momento se quería casar a la archiduquesa Maria Antonia con el rey Louis XV, que era 45 años mayor), debemos empezar con las celebraciones en Viena.

VIENA, LOS PREVIOS.

El día 15 de abril de 1770 (Domingo de Pascua), llega triunfalmente a Viena, el Marqués de Durfort, Embajador Extraordinario del Rey de Francia, para pedir la mano de la archiduquesa. El Marqués llevaba en el puesto de embajador desde hacía unos años, pero había partido de Viena unos días antes para ir a recibir simbólicamente el cargo de “Embajador Extraordinario”, en realidad lo que había ido a hacer era a adquirir 48 carruajes que debían llevar a la archiduquesa y al séquito hasta Francia. Como el embajador los había tenido que adquirir con su propio dinero, la mayoría de los coches fueron vendidos después de la efeméride. Solo dos carrozas, las más suntuosas, fueron pagadas por el Rey de Francia, serían las que llevarían a la archiduquesa y estaban pintadas de dorado y su interior tapizado con terciopelo carmesí.

Al día siguiente, en el Hofburg, el Embajador es recibido en solemne audiencia por la emperatriz Maria Theresia y el emperador Joseph II (su hijo y por lo tanto hermano mayor de la novia) y le entrega a la archiduquesa una carta y dos retratos en miniatura, uno de ellos con un marco de diamantes, de su prometido el Dauphin.
La Gran Antecámara de Hofburg pintada por Van Meytens hacia 1750, probablemente en este lugar se recibió al embajador francés.

El día 17 se produce el “Acto de Renuncia”, la archiduquesa Maria Antonia renuncia sobre la Biblia a sus derechos de sucesión en cualquiera de la posesiones de la Casa de Habsburgo. Por la noche el Emperador da una espectacular recepción en el Oberes Belvedere, que por fin sale del letargo en el que se había sumido tras la muerte de príncipe Eugen von Savoyen en 1736. La recepción cuenta con más de 1500 invitados, cosa que obliga a construir una inmensa carpa en el jardín para celebrar los bailes. Centenares de oficiales de la Corte vigilan que no entre nadie sin invitación pues la parte baja de los jardines ha sido abierta al público común, no sería adecuado que ambos grupos se mezclaran. Además, 800 bomberos se encargan de la seguridad del recinto, no en vano se han encendido más de 4000 velas, sin contar los fuegos artificiales que se lanzan. No se registra ningún incidente. La cena se sirve a partir de las 8 en turnos de cien personas, las bebidas (café, té, chocolate, limonada y licores) lo hacen de forma ininterrumpida. A pesar de los rumores, el emperador Joseph II (que está de luto por la muerte de su hija de siete años), asiste al baile, la mayoría de los miembros de la Familia Imperial se retiran hacia las tres de la madrugada, pero el baile se alarga hasta las siete de la mañana.
La Marmorsaal del Oberes Belvedere.
© Belvedere Wien / Margherita Spiluttini.

La siguiente noche es el turno del baile organizado por el Marqués de Durfort, como la embajada es demasiado pequeña, el Príncipe de Liechtenstein cede su gartenpalais a las afueras de la ciudad. Esta vez son 850 invitados, pero atendidos por 800 sirvientes, a ello hay que añadir los sempiternos fuegos artificiales, las medallas conmemorativas repartidas por el jardín y la omnipresencia de esculturas doradas de delfines (alusión al futuro rango de la archiduquesa). Suponemos que esta celebración no se alargó tanto, porque al día siguiente, el jueves 18, se realiza la boda por poderes.
La fachada del gartenpalais del Príncipe de Liechtenstein, una de la primeras fachadas barrocas de Viena (1690s).

A las 6 de la tarde empieza la boda por poderes (o per procurationem) en la Augustinerkirche (donde también se había casado la emperatriz Maria Theresia) anexa al Hofburg. La boda es por poderes (algo muy habitual en la bodas regias, así la prometida ya viajaba con su nuevo rango y se ahorraban sorpresas desagradables de última hora) por lo que el novio es representado por un testigo, en este caso por el archiduque Ferdinand, hermano menor de novia (si, hoy en día suena un poco raro). La archiduquesa Maria Antonia Josépha Johanna von Habsburg-Lothringen es casada por el Nuncio Apostólico, Monseñor Visconti. A las 9 en punto comienza el banquete de bodas, y una vez más el joven archiduque Ferdinand, que solo tiene 13 años, representa al novio en la mesa de los recién casados.
La Augustinerkirche pintada en 1760 por Martin van Meytens representando la boda del archiduque Joseph con la princesa Isabella de Parma.

La última celebración en Viena tiene lugar en la tarde/noche del día 20, la archiduquesa Maria Antonia recibe a los embajadores extranjeros en Viena, todos ya se dirigen a ella como “Madame la Dauphine”.

Antes de partir, la nueva dauphine escribe una carta, seguramente dictada por su madre, a su nuevo suegro, el rey Louis XV. En la carta, que empieza con el protocolario “Hermano y muy querido abuelo mío”, Maria Antonia le comunica el gran afecto que siente por él, y le promete que se dedicará toda su vida a hacerle feliz y merecer su confianza, y añade que su edad y su inexperiencia quizás requieran de su indulgencia en alguna ocasión.

La partida se produce el día 21 (sábado) a las nueve de la mañana, a pesar de la voluntad de evitar escenas como la despedida, en 1768, de la archiduquesa Maria Carolina, que bajó en el último momento del carruaje para abrazar a su madre, se vierten lágrimas y hay efusivos abrazos. Cuando el carruaje se pone en marcha, Maria Antonia no puede evitar sacar la cabeza por la ventanilla en múltiples ocasiones, para ver, una vez más, la última imagen de su hogar, mientras el cortejo de 57 carruajes se aleja por la carretera de Schönbrunn. Madre e hija no se volverán a ver nunca más.

EL VIAJE Y LA REMISE.

Una vez dejado atrás el palacio de Schönbrunn y los suburbios de Viena, el cortejo llega a la famosa Abadía de Melk por la tarde del mismo día 21. Se ha decidido que el viaje se realizará por etapas de 8 horas más o menos, para evitar fatigar a la archiduquesa y al resto del séquito. Según cuentan las crónicas llueve la mayoría de los días. El día 22, el cortejo llega a Enns, luego Lambach y Altheim. El día 24 cruza el rio Inn, abandona Austria y se adentra en Baviera, llega a Alt Ettingen. Los días 26 y 27 la archiduquesa está en Múnich, se aloja en el castillo de Nymphenburg, en las afueras de la ciudad y el Elector de Baviera la agasaja con banquetes, ópera y fuegos artificiales. El 28 llega a Augusburg, luego a la Abadía de Günsburg, donde se encuentra retirada su tía Charlotte de Lorena (hermana de su difunto padre Franz I, Emperador del Sacro Imperio y Duque de Lorena). Maria Antonia no ha visto jamás a su tía Charlotte, el parecer la estancia resulta muy agradable y el cortejo no vuelve a partir hasta el día 2, oficialmente porque la archiduquesa está resfriada, cosa que no sería de extrañar ya que ha caído una lluvia torrencial casi todos los días desde que partió de Viena. El día 2 de mayo, por la tarde, llega a Riedlingen, luego continua hasta Stockach, Donaueschingen, Frieburg y finalmente el día 6 llega a la Abadía de Schütter, cerca de Kehl, es la última parada antes de cruzar la frontera con Francia.

Como el protocolo ponía serias dificultades sobre donde debía producirse la remise (entrega) de la joven prometida, al final se opta por una solución salomónica, se realizará en un territorio neutral, la Île des Épis, una pequeña islita en el Rin (algunos la describen como un mero banco de arena) situada entre la frontera del Sacro Imperio y la de Francia.

Esta solución no debe de extrañarnos, recordemos que el Tratado de los Pirineos (1659) se rubricó en la famosa Isla de los Faisanes, entre la frontera española y la francesa. O que unos años antes en la misma isla se construyó un puente para “intercambiar” a dos princesas: la infanta Ana, que iba a casarse con Louis XIII y la princesa Élisabeth, que debía casarse con el que sería el futuro Felipe IV. La historia no ha registrado si ambas princesas pudieron intercambiar algunas palabras (¡Suerte!) en medio de ese solitario puente.

Volviendo al tema, para la remise se ha construido en la Île des Épis un pabellón (ejemplo tan típico de la arquitectura efímera de otras épocas) para realizar la ceremonia. Tiene cinco estancias, la central, donde se realizará el acto y dos antecámaras a cada lado, dos para Austria y dos para Francia. El pabellón ha sido decorado a toda prisa con préstamos de la burguesía local, de la Iglesia o de distintas instituciones públicas. Un jovencísimo Goethe tiene la ocasión de visitar el pabellón unos días antes de la ceremonia y descubre con horror que para decorarlo se han colgado unos tapices sobre la historia de Jasón y Medea, con seguridad uno de los matrimonios más desdichados de la Mitología Clásica.
Versión reducida del Pavillon de la remise en la película Marie-Antoinette (2006) de Sofia Coppola. El sentido simbólico y práctico de la construcción queda sin embargo perfectamente representado.

Elevación y planta del pabellón.

La mañana del lunes 7 la archiduquesa y su séquito entran en el pabellón por la puerta este, en la segunda antecámara la joven novia debe desvestirse completamente, el protocolo exige que no guarde nada de su pasado austríaco, ante todo el séquito se desviste a la joven y luego la vuelven a vestir con una vestimenta exclusivamente francesa: camisa de seda, medias de Lyon, zapatos hechos por el zapatero del Rey... Curiosamente, el suntuoso trousseau (ajuar) que trae Maria Antonia no vuelve a Viena, será repartido entre sus nuevas damas de honor francesas.

A continuación todo el mundo pasa a la sala central, llamada salle de la remise (sala de la entrega). En el centro de la sala una mesa simboliza la frontera, en la misma línea imaginaria de la frontera, pero pegado a la pared sur se yergue un pequeño trono con su dosel. El Príncipe de Starhemberg, jefe del séquito austríaco, acompaña a la archiduquesa Maria Antonia hasta el trono y ella espera allí sentada a que se lean y se firmen las actas. Una vez los enviados extraordinarios del Rey han estampado su rúbrica se abre la puerta del lado de Francia y aparece su nuevo séquito francés, al mismo tiempo, ante los ojos enrojecidos de la muchacha el séquito austríaco se retira. El Príncipe de Starhemberg, Embajador Extraordinario del Emperador, es el único que puede permanecer, acompañará a la novia hasta Versailles. El Príncipe da la mano a la archiduquesa que desciende del estrado y se dirige hacia su nuevo séquito francés. El Conde de Noailles, jefe del séquito francés, coge la mano de la joven y empiezan las presentaciones, pero cuando se le presenta a la Condesa de Noailles, nueva dama de honor de la prometida, ésta rompe en sollozos y se arroja a los brazos de la altiva señora. Pero no hay tiempo para sentimentalismos, el protocolo no lo contempla, de lejos ya se oyen las campanas de la catedral de Estrasburgo y las salvas de artillería.

En ese pequeño pabellón, la joven archiduquesa se ha metamorfoseado, ha dejado de ser austríaca para convertirse en francesa, y, más importante aún, para la historia ha dejado de ser Maria Antonia, para convertirse en Marie-Antoniette.

LA LLEGADA A FRANCIA Y EL ENCUENTRO CON EL DAUPHIN

La entrada de la joven Marie Antoinette a Estrasburgo, es apoteósica, es la primera ciudad francesa que pisa la prometida y el recibimiento no puede ser más espectacular. Desde hacía décadas que los estrasburgueses no veían pasar por su ciudad ningún miembro de la realeza y menos aun una futura reina de Francia. En las calles se han alzado arcos de triunfo efímeros y en la plaza del Hôtel de Ville hay fuentes de las que emana vino. La gente se agolpa en las calles para ver a esa jovencita de cabellos rubio ceniza y profundos ojos azules que saluda con efusividad. Delante de su carroza, decenas de niñas pertenecientes a las mejores familias de la ciudad marchan lanzando pétalos de flores a su paso. Marie-Antoinette se aloja en el Palais Rohan, la suntuosa residencia del arzobispo de la ciudad y miembro de la poderosísima familia Rohan, y duerme en el dormitorio reservado al Rey. Por la noche la ciudad se llena de luces, en las casas se cuelgan farolillos, por el río navegan barcas iluminadas e incluso los vitrales de la catedral parecen proyectarse a todo color sobre el cielo de la ciudad.
La Chambre du Roi en el Palais Rohan. A pesar de su nombre estaba destinada a cualquier huésped ilustre que visitara la ciudad, entiéndase con más rango que el propio arzobispo, claro.

La mañana siguiente, martes 8 de mayo, antes de partir, mientras los habitantes de la ciudad se recuperan de la resaca, la joven prometida desea oír misa, en la catedral la recibe el obispo coadjutor: un hombre en la mitad de la treintena, alto, delgado, sofisticado y repleto de frívolos ademanes, es Louis Réne Édouard de Rohan. Marie-Antoinette no puede ni imaginar que aquel hombre que la bendice al lado del altar será años más tarde uno de los protagonistas del funesto y dañino Asunto de Collar.

La prometida y su nuevo séquito de 160 personas aún tienen que recorrer más de 400 kilómetros antes de encontrarse con el Rey, el Dauphin y la Corte. En Nancy, antigua capital del Ducado de Lorena, Marie-Antoinette asiste a una misa por sus antepasados (su padre el emperador Franz I fue el último duque de Lorena antes que este territorio se incorporara a Francia). Luego pasa por Luneville y Commercy, ciudades famosas por los antaño suntuosos palacios de la Casa de Lorena. Después de pasar Bar-le-Duc el cortejo cruza un arco de triunfo erigido en Châlons-sur-Marne, poco sospecha Marie-Antoinette que décadas más tarde, y en condiciones muy distintas, cruzará este mismo arco después de que ella y su familia sean detenidos en Varennes. A la llegada a Soissons, se suceden una vez más muchedumbres en las calles, salvas de artillería, misas y fuegos artificiales. En Soissons, Marie-Antoinette espera a que la Corte se traslade de Versailles a La Compiègne.

El lunes 14 por la mañana, la prometida abandona Soissons rumbo a La Compiègne. A las tres de tarde se produce el esperado encuentro. En un claro del bosque de La Compiègne, cerca de Pont-de-Berne, una acumulación de carruajes centelleantes y coloridos escuadrones militares indica la presencia de la Corte de Francia. Marie-Antoinette desciende de su berlina sobre una mullida alfombra roja, el Príncipe de Starhemberg le coge la mano y le presenta al Duque de Choiseul, Ministro de Exteriores francés y uno de los artífices de la alianza franco-austríaca. La joven exclama “Nunca olvidare que sois responsable de mi felicidad” y el Duque contesta “Y de la de Francia”. A continuación el Rey, el Dauphin y Mesdames bajan de su carruaje. El Duque de Cröy presenta, esta vez, a “Madame la Dauphine” al rey Louis XV. Ella realiza una solemne y exquisita reverencia mientras exclama “Hermano y muy querido abuelo mío”. El monarca, con una sonrisa en la cara la alza y le da dos besos en las mejillas. Luego el Rey le presenta al ansiado prometido, el dauphin Louis-Auguste, un hombre alto, robusto, tímido y con la mirada un tanto perdida propia de un miope. Él la besa ceremoniosamente en la mejilla. Luego son presentadas Mesdames, la hijas solteronas del Rey y por lo tanto tías políticas de Marie-Antoinette, las princesas Adélaïde, Sophie y Victoire que han pasado a la historia por ser muy religiosas, increíblemente aburridas y, a la vez, el centro de todos los chismorreos que había en Versailles.
Momento de la llegada a La Compiègne en la película de Sofia Coppola. En la realidad hubo, seguramente, muchísima más gente en el lugar. 

Mapa del Bosque de La Compiègne (1729). La flecha amarilla indica la carretera hacia Soissons, el punto azul el claro del encuentro y el punto rojo la ciudad y el Château de La Compiègne. El norte está en la parte inferior del mapa.
© Gallica / Bibliothèque nationale de France.

El joven dauphin Louis-Auguste (1769) pintado por Louis-Michel Van Loo.

En un mismo carruaje Marie-Antoinette, el Rey y el Dauphin recorren los pocos kilómetros que les separan del Château de La Compiègne, uno de los pabellones de caza favoritos de Louis XV y que ahora está sufriendo importantes trabajos de ampliación. El Rey charla animadamente con la novia, el Dauphin, en cambio, permanece silencioso, habla latín, italiano, inglés y un poco de alemán, pero nadie le ha enseñado qué decirle a su futura esposa.
Patio de entrada del Château de La Compiègne (hacia 1770). El castillo sufrió constantes cambios durante el reinado de Louis XV. A la derecha el castillo viejo (con una nueva fachada de 1730s) con los aposentos del Rey. Enfrente la nueva ala de los años 50, que probablemente contenía las estancias del Dauphin y de la Dauphine. En el extremo izquierdo el nuevo pabellón de entrada erigido a finales de los 60 que servirá de modelo al nuevo patio de entrada construido bajo Louis XVI.

En el Château de La Compiègne se le presentan a la Dauphine los llamados Princes de Sang (Príncipes de Sangre, miembros de la alta nobleza emparentados con la Familia Real). Primero el todopoderoso Duque de Orléans y su hijo el Duque de Chartres, que mas tarde será el famoso Philippe Égalité, uno de los más acérrimos enemigos de Marie-Antoinette durante la Revolución. Luego el Príncipe de Condé, famoso por su fastuoso castillo en Chantilly y el Príncipe de Conti, conocido por su firme oposición a la política absolutista del Rey. Y finalmente el anciano Duque de Penthièvre, que se rumorea que es el hombre más rico de Francia y su nuera, la encantadora viuda la Princesa de Lamballe, que se convertirá en una de las grandes amigas de Marie-Antoinette.

Cae la noche y tras un agotador día con sobredosis de presentaciones, todo el mundo se retira a sus aposentos, el Dauphin y la Dauphine en habitaciones separadas, aún no es su noche de bodas. Esa misma noche Louis-Ausguste escribe en su lacónico diario personal Entrevue avec la Dauphine” (Encuentro con la Dauphine).